• Participará Luisa Iglesias Arvide, quien estará acompañada por la autora de Árboles petrificados 
  • El martes 14 de febrero a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del palacio de Bellas Artes; entrada libre

Amparo Dávila es una de las cuentistas más sobresalientes de la literatura hispanoamericana debido a su originalidad y a la concatenación de intereses únicos que se presentan en su producción literaria. Como parte del ciclo Mujeres de letras, la especialista Luisa Iglesias Arvide hablará sobre la autora de Árboles petrificados, quien estará presente en esta sesión, el martes 14 de febrero a las 19:00 en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. La entrada será gratuita.

Aunque Amparo Dávila es mayormente conocida por sus libros de cuentos, su llegada al mundo editorial fue a través de sus poemarios Salmos bajo la luna (1950), Perfil de soledades (1954) y Meditaciones a la orilla del sueño (1954). Esos primeros salmos surgieron de manera natural, pues fue gran lectora de la Biblia, y no consideraba publicarlos, ya que solo escribía para sí misma. Sin embargo, gracias a amigos cercanos, comenzó a publicar en la revista Estilo.

Dávila trabajó como secretaria de Alfonso Reyes en la Ciudad de México entre 1956 y 1958. Esa relación contribuyó a su gusto por el cuento, pues, según recomendaciones del Regiomontano universal, era un paso necesario para llegar a la poesía. Así nacieron sus primeros relatos que para ella eran un mero ejercicio, pero Reyes los encontró deslumbrantes y la conminó a publicarlos, y así lo hizo, en la Revista de Bellas Artes y la Revista de la Universidad de México.

La autora zacatecana recibió la beca del Centro Mexicano de Escritores en 1966, y en 1977 ganó el Premio Xavier Villaurrutia por el volumen de cuentos Árboles petrificados. En este género destacan sus títulos Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1964), Muerte en el bosque (1985) y Cuentos reunidos (2009).

Su obra se enclava entre la literatura fantástica y de terror. Entre sus temas más recurrentes se encuentran la muerte, el peligro y el miedo, hasta llegar a lo siniestro. Mucho tiene que ver su origen en el planteamiento y desarrollo de la concepción de su literatura, pues ella misma ha dicho que su natal Pinos Altos, Zacatecas, era un sitio con un halo fúnebre a donde llegaba gente de otros lugares para enterrar a sus muertos, debido a que ahí se hallaba el cementerio más cercano. Dávila creció con ello como parte de su vida, “viendo pasar a la muerte”, como ha referido.

Los estudiosos de la literatura equiparan la obra de Dávila con la de Juan Rulfo y Juan José Arreola. El crítico literario Emmanuel Carballo incluyó algunos de sus textos en su compilación El cuento mexicano del siglo XX, en 1964, y en 1986 el editor argentino-canadiense Alberto Manguel hizo lo propio en su antología de escritoras latinoamericanas, junto con relatos de Rosario Castellanos, Elena Garro, Clarice Lispector y Silvina Ocampo.

Recientemente, al recibir la Medalla Bellas Artes, Amparo Dávila aseveró que su obra “tiene un rigor estético basado no solo en la perfección formal de la técnica, en la palabra justa, sino en la vivencia. La sola perfección formal no me interesa, porque la forma no vive por sí misma; es solo la justificación de la escritura. Hay textos técnicamente bien escritos, pero nacen muertos porque no quedan en la memoria de quien los lee. La vivencia es lo que comunica a la obra la clara sensación de lo conocido, de lo ya vivido; la que hace que perdure en la memoria y en el sentimiento, y constituye su fuerza interior y su más exacta belleza”.