Notas en nombre de la paz

por Derek Walcott

La paz, que es el apellido de Octavio, quien rezumaba serenidad en todos y cada uno de nuestros encuentros. Y en paz, una paz superior a la felicidad que se va dividiendo en instancias; la calma que estaba ahí en su rostro, el de un sabio azteca, de apariencia más añosa que la de cualquiera de nosotros. Un rostro, sin embargo, cuyos paréntesis contenían sentido del humor, humor común y corriente: bromas, sonrisas, afecto. Y con respecto a la poesía, ese torrente de metáforas que

No se puede criticar con métodos racionales:
se puede sucumbir ante su trance o resistirlo.
El poema interminable cuyo metro
no es el tiempo sino la eternidad,
el poema sin otro tiempo verbal
que el presente, el instante, la rúbrica
del relámpago, que no cesa de derramar su brillante lava
tragándose su propio metro cual serpiente legendaria;
sus orígenes no son la razón didáctica, la narrativa que instruye
y lleva una conclusión moral, sino algo primigenio,
inflexible como la piedra con lógica de piedra.
Su obstinación, que me parece un estado
que precede a nuestra numerología, quizás incluso a nuestras poéticas,
pero cuyo agorero, hechizante encantamiento es válido:
premexicano, mexicano puro, anterior a las notas de golondrinas
dejando huella en un poste telegráfico entre la bruma de su ciudad.

 

 

Traducción de Pura López Colomé